Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies
Mateo 9:37-38
Hoy desde estas sencillas letras quiero hacer un pequeño homenaje a uno de esos héroes anónimos que llevaron el Evangelio a las Islas Canarias, la tierra que me vio nacer. Es un poema que don Jaime Carder dedica a su esposa, y dice lo siguiente:
Sale el sembrador al campo cargando con la semilla, la vista en el horizonte, la meta allá en la cima, el precio, el que haga falta, acaso la vida misma. ¡Hay que sembrar, compañero! Pues el día ya declina, el obrero está dispuesto, los azules ojos brillan, el alma llena de ilusiones gozándose en la partida. Tiene vida por delante y se dispone a vivirla, ofreciéndola a la siembra, prescindiendo de sí misma. Esparce, riega y abona sin descanso ni fatiga, a veces con fuertes brazos y espalda bien erguida, otras con manos suaves, delicadas, exquisitas. Con espalda encorvada y mirada ya vencida. No importan los sufrimientos ni tampoco las vigilias, ni el cansancio, ni las lágrimas, decepciones o sequías. Terrenos secos o duros en que semilla no germina. Tampoco importa el romperse ni entregarse cada día.
¡Hay que sembrar, compañero! Los azules ojos brillan, la cansada espalda yergue, la mirada se agudiza.
¡Adelante, compañero! Siembra, riega, cuida, mima, que Dios dará el crecimiento, que su Palabra es Vida y hay que acabar la tarea porque el día ya declina y al finalizar la siembra, y mis manos ya vencidas con mis ojos apagados, agotados y con fatiga al Rey en su hermosura veré y le entregaré mi vida. Y al final, daré a mis ojos luz nueva y a mis labios la sonrisa. ¡Bendito sea mi Señor! Porque me tuvo por digna/o llamándome a trabajar en un lugar de su viña».
Tomados del libro de devocionales del Pastor: “Meditad sobre vuestros caminos”.