Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús
Filipenses 3:13-14
Alguien dijo en una ocasión:
Perseguir un sueño tiene un precio. Pero por muy caro que sea, nunca es tan alto como el precio pagado por aquellos que no se atrevieron a perseguirlo
Desde que tengo uso de razón (ya ha llovido desde entonces), nunca he vivido una época tan desalentadora como la que estamos viviendo en estos momentos. Y hablo tanto a nivel general de una sociedad que vive dándole la espalda a Dios, como también a nivel eclesial. A nivel general, ponemos los informativos y el 99,9% de las noticias son sencillamente «desalentadoras». Solo se habla de enfermedades, guerras, desempleo, gobiernos corruptos, etc. Y si hablamos a nivel eclesial, ni te cuento. Hoy día, poco más o menos nuestras reuniones cada vez se parecen más «a la misa católica romana». Un 90% de los visitantes o simpatizantes (y fíjate que no he puesto miembros o comprometidos porque «ya eso no se lleva») son simplemente «consumidores de cultos». Explico esa frase: vienen a la iglesia, se sientan, cantan, escuchan el mensaje, los que le parecen ponen algo en la ofrenda, saludan a algunos y hasta la próxima… Y créeme, he intentado ser todo lo «políticamente correcto que puedo». Ya no se mira al futuro pensando en alcanzar la meta que tenemos por delante. Pensando en el día que tendremos que partir de este mundo y presentarnos ante Dios. Ya lo que menos se hace es orar en familia, disfrutar de tiempos devocionales tanto a nivel personal como con la familia. Hoy estamos muy ocupados para estas cosas… Ya hoy no soñamos para Dios, ¿cómo poder llegar con el Evangelio a otros?, ¿qué demanda Él de nosotros? ¿Nos estaremos preparando para la eternidad…? ¡Esa es tu y mi responsabilidad!