Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé del Señor, y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo. Los que siguen vanidades ilusorias, su misericordia abandonan. Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí. La salvación es del Señor
Jonás 2:7-9
Alguien dijo en una ocasión:
Nunca sabrás que Dios es todo lo que necesitas, hasta que Él sea todo lo que tengas.
¡Cómo se precipitan los acontecimientos! Hoy más que nunca podemos encontrar una autosuficiencia fuera de lo común. Somos bombardeados con frases tan hechas como estas: ¡Tú puedes! ¡Nadie como tú para hacer eso! ¡Tú lo vales! ¡No necesitas a nadie!… Y en el fondo (algunos en el muy, muy fondo) no se creen sus propias mentiras y engaños. Y cuando creemos que podemos ir por la vida como «llaneros solitarios», nos damos cuenta de que nuestras vidas se convierten en un tremendo fracaso. Quizás cara a los demás damos una apariencia de «súper felicidad», pero cuando estamos en la soledad de nuestra casa sabemos que todo eso es pura fachada.
Trayendo esto al plano cristiano, creemos que hacer cosas fuera de la voluntad de Dios nos puede servir de algo. Quizás cara a la galería nos lo creamos, pero en el fondo sabemos que no es así. Imagínate la escena conmigo en el pasaje del encabezamiento: Jonás está orando a Dios en el vientre de un pez. ¡Menudo altar para orar! Jonás había llegado allí «por méritos propios». Pensaba que podía huir de Dios. ¡Qué ingenuo! Él mismo lo dice de la siguiente manera: «Los que siguen vanidades ilusorias, su misericordia abandonan». ¿Cuántas veces habremos seguido nosotros «vanidades ilusorias»? ¿Cuántas veces habremos pensado que podemos conseguir la bendición de Dios viviendo lejos de su presencia? Si en estos momentos te encuentras en esta estación de la vida, vuelve a reorientar tus prioridades, toma un tiempo, habla con Dios y paga tus votos al Señor.
Tomados del libro de devocionales del Pastor: “Meditad sobre vuestros caminos”.